Hecha la Ley…
“El espíritu de la autoridad, de la Ley, escrita y no escrita, tradición y fuerza de costumbre nos lleva a una arboleda común y hace a los hombres y mujeres autómatas sin voluntad, sin independencia o individualidad (…) Todos nosotros somos sus víctimas, y sólo aquellos excepcionalmente fuertes tienen éxito en romper sus cadenas, y sólo parcialmente.”
Alexander Berkman.
El circo democrático se sostiene no sólo por la obediencia debida de su brazo represivo, sino que su legitimidad descansa también en un sin fin de abstracciones. Entre ellas, la de que “todos somos iguales ante la ley” es la más paradigmática por la desfachatez de su enunciado y por contener en sí una contradicción manifiesta. Ahora bien, se hace necesario empezar a definir conceptualmente la idea de que el sistema capitalista se sustenta a través de abstracciones sociales particulares y determinadas.
La ley, entendida genéricamente, se caracteriza por tres cualidades reconocibles: generalidad, abstracción e impersonalidad; y su objetivo primario es la de normalizar actos y conductas. De esta manera, podemos resumir que la ley es una norma jurídica, obligatoria y general que impone cierta conducta como la correcta, y quien se aparte de esos estereotipos sociales pasa a ser, indefectiblemente, un ilegal.
Siguiendo el hilo argumental de las líneas precedentes, y concluyendo que la ley como concepto jurídico es una abstracción creada que responde a determinados intereses sociales: ¿como es posible que “todos somos iguales ante la ley”? ¿Iguales a través de una artificialidad creada por los hombres? Igualdad y Ley son dos conceptos diametralmente opuestos, nada tienen en común, porque mientras la ley es yugo que aplasta la individualidad, aplacando los instintos de rebeldía ante lo que ahoga y mata lentamente; la igualdad social es la posibilidad para la libertad individual y colectiva.
La “igualdad” propuesta forzadamente por la ley jurídica niega las singularidades y diversidades individuales. Mientras que la igualdad sostenida y defendida por los anarquistas es una igualdad social que reconoce las diferencias en las necesidades y capacidades de los hombres y mujeres como individualidades concretas, imposibilitando que esas diferencias se conviertan en poder. Siguiendo a Mijail Bakunin en “Dios y el Estado” podemos agregar que: “las diferencias individuales no tendrían consecuencias, porque la desigualdad de hecho está perdida en la colectividad cuando no puede aferrarse a alguna institución o ficción legal.”
La Ley es la excusa de los poderosos para lavar sus sucias conciencias y justificarse ante el resto de los mortales. Es quien legitima todo un entramado social de explotación y opresión. ¡Y ojo aquellos que se dignen mínimamente a cuestionarla! Ya que su racionalidad no tendrá en cuenta nada con tal de mantener el buen funcionamiento social. Y para ello contará con un número importante de instituciones y fieles sirvientes para velar por sus sacrosantos códigos de conducta. Y cuando ello no alcance siempre habrá un policía dispuesto a corregir con su arma.
La Ley normaliza, modela, configura al ciudadano ideal. Vacía al hombre de iniciativa individual, ajustándolo a estereotipos sociales de convivencia. Aceptarla, es aceptarse parte del rebaño. Negarla es convertirse en un ilegal. Ante esta disyuntiva: ¿es preferible ser un mutilado? ¿O es deseable animarse a romper las cadenas y ser un ilegal, un reo de sus normas? Para ser claro en mi respuesta, y no dejar atisbos de incertidumbre ante el dilema planteado, me limito a transcribir extractos de un escrito de Ricardo Flores Magón titulado “Los ilegales”.
El verdadero revolucionario es un ilegal por excelencia. El hombre que ajusta sus actos a la Ley podrá ser, a lo sumo, un buen animal domesticado, pero no un revolucionario.
La Ley conserva, la revolución renueva. Por lo mismo, si hay que renovar, hay que empezar por romper la Ley.
Pretender que la revolución sea hecha dentro de la Ley, es una locura, es un contrasentido.
La Ley castra, y los castrados no pueden aspirar a ser hombres.
Las libertades conquistadas por la especie humana son la obra de los ilegales de todos los tiempos que tomaron las leyes en sus manos y las hicieron pedazos.
La expropiación se hace pisoteando la Ley, no llevándola a cuestas. Por eso los revolucionarios tenemos que ser forzosamente ilegales. Tenemos que salirnos del camino trillado de los convencionalismos y abrir nuevas vías.
Rebeldía y legalidad son términos que andan a la greña. Quedan, pues, la ley y el orden para los conservadores y los farsantes.
Gastón.
“El espíritu de la autoridad, de la Ley, escrita y no escrita, tradición y fuerza de costumbre nos lleva a una arboleda común y hace a los hombres y mujeres autómatas sin voluntad, sin independencia o individualidad (…) Todos nosotros somos sus víctimas, y sólo aquellos excepcionalmente fuertes tienen éxito en romper sus cadenas, y sólo parcialmente.”
Alexander Berkman.
El circo democrático se sostiene no sólo por la obediencia debida de su brazo represivo, sino que su legitimidad descansa también en un sin fin de abstracciones. Entre ellas, la de que “todos somos iguales ante la ley” es la más paradigmática por la desfachatez de su enunciado y por contener en sí una contradicción manifiesta. Ahora bien, se hace necesario empezar a definir conceptualmente la idea de que el sistema capitalista se sustenta a través de abstracciones sociales particulares y determinadas.
La ley, entendida genéricamente, se caracteriza por tres cualidades reconocibles: generalidad, abstracción e impersonalidad; y su objetivo primario es la de normalizar actos y conductas. De esta manera, podemos resumir que la ley es una norma jurídica, obligatoria y general que impone cierta conducta como la correcta, y quien se aparte de esos estereotipos sociales pasa a ser, indefectiblemente, un ilegal.
Siguiendo el hilo argumental de las líneas precedentes, y concluyendo que la ley como concepto jurídico es una abstracción creada que responde a determinados intereses sociales: ¿como es posible que “todos somos iguales ante la ley”? ¿Iguales a través de una artificialidad creada por los hombres? Igualdad y Ley son dos conceptos diametralmente opuestos, nada tienen en común, porque mientras la ley es yugo que aplasta la individualidad, aplacando los instintos de rebeldía ante lo que ahoga y mata lentamente; la igualdad social es la posibilidad para la libertad individual y colectiva.
La “igualdad” propuesta forzadamente por la ley jurídica niega las singularidades y diversidades individuales. Mientras que la igualdad sostenida y defendida por los anarquistas es una igualdad social que reconoce las diferencias en las necesidades y capacidades de los hombres y mujeres como individualidades concretas, imposibilitando que esas diferencias se conviertan en poder. Siguiendo a Mijail Bakunin en “Dios y el Estado” podemos agregar que: “las diferencias individuales no tendrían consecuencias, porque la desigualdad de hecho está perdida en la colectividad cuando no puede aferrarse a alguna institución o ficción legal.”
La Ley es la excusa de los poderosos para lavar sus sucias conciencias y justificarse ante el resto de los mortales. Es quien legitima todo un entramado social de explotación y opresión. ¡Y ojo aquellos que se dignen mínimamente a cuestionarla! Ya que su racionalidad no tendrá en cuenta nada con tal de mantener el buen funcionamiento social. Y para ello contará con un número importante de instituciones y fieles sirvientes para velar por sus sacrosantos códigos de conducta. Y cuando ello no alcance siempre habrá un policía dispuesto a corregir con su arma.
La Ley normaliza, modela, configura al ciudadano ideal. Vacía al hombre de iniciativa individual, ajustándolo a estereotipos sociales de convivencia. Aceptarla, es aceptarse parte del rebaño. Negarla es convertirse en un ilegal. Ante esta disyuntiva: ¿es preferible ser un mutilado? ¿O es deseable animarse a romper las cadenas y ser un ilegal, un reo de sus normas? Para ser claro en mi respuesta, y no dejar atisbos de incertidumbre ante el dilema planteado, me limito a transcribir extractos de un escrito de Ricardo Flores Magón titulado “Los ilegales”.
El verdadero revolucionario es un ilegal por excelencia. El hombre que ajusta sus actos a la Ley podrá ser, a lo sumo, un buen animal domesticado, pero no un revolucionario.
La Ley conserva, la revolución renueva. Por lo mismo, si hay que renovar, hay que empezar por romper la Ley.
Pretender que la revolución sea hecha dentro de la Ley, es una locura, es un contrasentido.
La Ley castra, y los castrados no pueden aspirar a ser hombres.
Las libertades conquistadas por la especie humana son la obra de los ilegales de todos los tiempos que tomaron las leyes en sus manos y las hicieron pedazos.
La expropiación se hace pisoteando la Ley, no llevándola a cuestas. Por eso los revolucionarios tenemos que ser forzosamente ilegales. Tenemos que salirnos del camino trillado de los convencionalismos y abrir nuevas vías.
Rebeldía y legalidad son términos que andan a la greña. Quedan, pues, la ley y el orden para los conservadores y los farsantes.
Gastón.
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