domingo, 22 de febrero de 2009

Anomia y anarquía

Los anarquistas nos encontramos hoy día atomizados, dispersos. Y no podemos poner como mera excusa el poco peso demográfico que tenemos o las dificultades geográficas.
Nosotros mismos estamos atravesados por aquellos tipos de relaciones a los cuales decimos y queremos sinceramente combatir.

Hay más anarquistas que anarquismo, no logramos conformar un movimiento. El individualismo típico de las ciudades, la supuesta informalidad de las relaciones y el anonimato mismo entre compañeros como “ventaja” táctica, termina ennobleciendo lo que el sistema le vende a todo el mundo. Relaciones sociales virtuales, la pobreza de la suma de las partes, y no la creación colectiva de un todo.

Caemos sin quererlo en un proceso de objetivación del otro, me junto porque sirve a mi objetivo personal, que puede coincidir con el de ese otro, pero que al fin y al cabo si ese objetivo se llegara a concretar, no habría creado nada nuevo, porque nada nuevo puede surgir entre seres aislados. Salvo que nuestro fin sea volver a un supuesto estado de naturaleza roussoniano, al buen salvaje. Loas al individualismo liberal.

También intentamos hacer ideología anarquista hasta de cuestiones puramente técnicas.
A las redes virtuales que todo el mundo utiliza, y que están muy bien manejadas por grupos monopólicos, las transformamos en las grandes redes anárquicas de la conspiración mundial.

Nos transformamos sin quererlo en propagandistas del ordenamiento urbano capitalista.
Defendemos un individualismo radical, que nada tiene que ver con la conformación social de una individualidad emancipada y realmente libre.

Conformemos una cultura anarquista, otro tipo de relación social, no hagamos de nuestros valores puro instrumentalismo utilitarista. Sin querer volver sobre lo hecho, digo que contamos con una ventaja, con una tradición, y sin querer que se repita ni como farsa ni como tragedia digo, reapropiémonos de dichos valores y principios, así sabremos que lo que buscamos destruir realmente, no es lo que desde nuestra práctica terminamos fortaleciendo.
Salud y anarquía
Daniel (miembro del grupo editor Libertad!. Buenos Aires)



Y seguía hablando…

Si el tipo fuera una persona del montón, y uno tuviera que aguantárselo como compañero de asiento en un viaje de tren, a los pocos minutos se cambiaría de vagón. La verborragia incontenible de Hugo Chávez, milico de profesión y mandamás de vocación, engrandecida por cámaras de televisión, radios, satélites, devotos alcahuetes y afiches publicitarios, no deja de ser la misma cháchara que la de una vieja chismosa de feria. Tan solo está amplificada. Lo mismo que sus supuestas capacidades como conductor de la “revolución bolivariana”.
Si una persona para expresar su punto de vista tuviese que hablar durante cuatro horas, se le colgarían críticas que irían desde ausencia de poder de síntesis y claridad en las ideas, hasta imbecilidad manifiesta. Chávez lo hace frente a una multitud que lo escucha sin pestañear, y por eso se lo considera un hombre con capacidad extraordinaria de liderazgo. Una mezcla de Fidel Castro con Juan Domingo Perón, es decir, un nacionalista enfermo de poder capaz de sacrificar cualquier cosa por tener un lugar en la historia.
La consulta popular para incorporar una enmienda constitucional a la reelección indefinida terminó con el triunfo del chavismo, lo que le permitirá a Chávez eternizarse en el poder mientras logre que lo voten (o disfrazar los resultados adversos). La izquierda lo vitoreó y festejó en toda América y Europa como si se tratase de la toma del Palacio de Invierno en pleno Caribe. Argumentan que ahora sí el camino está allanado para la revolución, que se va a profundizar la revolución y que el rumbo al socialismo es inmodificable.
El milico Hugo Chávez, presidente de Venezuela, en diez años que está en el poder ha logrado llevar a su país tan cerca del socialismo como Zapatero, Kirchner, Lula o Uribe de los suyos (personajes que si pudieran eternizarse en el poder por la “voluntad popular” lo harían igualmente. La izquierda enamorada de Chávez no es muy diferente de la izquierda venezolana antes de Chávez. La izquierda venezolana fue siempre (y aún lo sigue siendo) la misma mierda elitista, autoritaria, llorona, dogmática, contrarrevolucionaria y ansiosa de poder que la del resto del universo. Pero Chávez les dio lo que nunca habían tenido y siempre buscaron: les dio un pueblo, les dio pobres, les dio obreros y campesino. Y a cambio de su apoyo incondicional y la integración de sus cuadros en la estructura del vacío PSUV fundado por Chávez, les dio poder, les dio empleos burocráticos y les dio trascendencia.
Los intelectuales deslumbrados, los izquierdistas de café, los antiimperialistas que se alían con cualquiera que no hable inglés, los políticos, los empresarios na-cio-na-les y los periodistas oportunistas y mediáticos de turno, son los apóstoles de la revolución bolivariana en el exterior, del socialismo del siglo XXI, del socialismo real y la nueva hora de los pueblos. Comparten la visión polarizada que solo favorece a Chávez y a sus opositores: “después de mí, el abismo”, dice Chávez; “Chávez nos lleva al abismo”, replican los antagonistas democráticos. Unos y otros han comprendido que la polarización es el mejor antídoto contra las revoluciones. Ambos grupos azuzaban a la ciudadanía: “si no votas en las elecciones, pesará sobre tu conciencia”.
Ganó el Sí, un 54% contra el 46% del No. Un 30% se abstuvo de participar, hartos de la cháchara y la mentira, desilusionados de un proceso que nunca los tuvo en cuenta más que para hacer número. Sus vidas no cambiaron mucho en los diez años de “revolución bolivariana”, tal vez empeoraron, paralelamente a los índices de violencia social –Caracas está considerada más violenta aún que las legendarias Rio de Janeiro o Bogotá- y las prebendas obtenidas por la boliburguesía, la nueva clase económico/política de los que hacen negociados bolivarianos y por el socialismo.
En este panorama hostil, los compañeros anarquistas de Venezuela (agrupados en su mayoría en torno al colectivo del periódico el Libertario), supieron comportarse como verdaderos revolucionarios, sin ir a comer de la mano de los poderosos (chavistas o anti chavistas), apostando a su propio proyecto, autónomamente y enfocando hacia las bases. No participar del sistema de dominación y construir un movimiento desde abajo es la consigna. Sus sentimientos son compartidos por un tercio de la gente, que no cree en estas opciones polarizadas y no participó de la farsa.
Salud, anarquistas venezolanos: no esperábamos otra cosa de nuestros compañeros.

Lobisón


Miembro del grupo editor Libertad!, Buenos Aires.