miércoles, 26 de noviembre de 2008

Hecha la Ley…

El espíritu de la autoridad, de la Ley, escrita y no escrita, tradición y fuerza de costumbre nos lleva a una arboleda común y hace a los hombres y mujeres autómatas sin voluntad, sin independencia o individualidad (…) Todos nosotros somos sus víctimas, y sólo aquellos excepcionalmente fuertes tienen éxito en romper sus cadenas, y sólo parcialmente.”
Alexander Berkman.

El circo democrático se sostiene no sólo por la obediencia debida de su brazo represivo, sino que su legitimidad descansa también en un sin fin de abstracciones. Entre ellas, la de que “todos somos iguales ante la ley” es la más paradigmática por la desfachatez de su enunciado y por contener en sí una contradicción manifiesta. Ahora bien, se hace necesario empezar a definir conceptualmente la idea de que el sistema capitalista se sustenta a través de abstracciones sociales particulares y determinadas.
La ley, entendida genéricamente, se caracteriza por tres cualidades reconocibles: generalidad, abstracción e impersonalidad; y su objetivo primario es la de normalizar actos y conductas. De esta manera, podemos resumir que la ley es una norma jurídica, obligatoria y general que impone cierta conducta como la correcta, y quien se aparte de esos estereotipos sociales pasa a ser, indefectiblemente, un ilegal.
Siguiendo el hilo argumental de las líneas precedentes, y concluyendo que la ley como concepto jurídico es una abstracción creada que responde a determinados intereses sociales: ¿como es posible que “todos somos iguales ante la ley”? ¿Iguales a través de una artificialidad creada por los hombres? Igualdad y Ley son dos conceptos diametralmente opuestos, nada tienen en común, porque mientras la ley es yugo que aplasta la individualidad, aplacando los instintos de rebeldía ante lo que ahoga y mata lentamente; la igualdad social es la posibilidad para la libertad individual y colectiva.
La “igualdad” propuesta forzadamente por la ley jurídica niega las singularidades y diversidades individuales. Mientras que la igualdad sostenida y defendida por los anarquistas es una igualdad social que reconoce las diferencias en las necesidades y capacidades de los hombres y mujeres como individualidades concretas, imposibilitando que esas diferencias se conviertan en poder. Siguiendo a Mijail Bakunin en “Dios y el Estado” podemos agregar que: “las diferencias individuales no tendrían consecuencias, porque la desigualdad de hecho está perdida en la colectividad cuando no puede aferrarse a alguna institución o ficción legal.”
La Ley es la excusa de los poderosos para lavar sus sucias conciencias y justificarse ante el resto de los mortales. Es quien legitima todo un entramado social de explotación y opresión. ¡Y ojo aquellos que se dignen mínimamente a cuestionarla! Ya que su racionalidad no tendrá en cuenta nada con tal de mantener el buen funcionamiento social. Y para ello contará con un número importante de instituciones y fieles sirvientes para velar por sus sacrosantos códigos de conducta. Y cuando ello no alcance siempre habrá un policía dispuesto a corregir con su arma.
La Ley normaliza, modela, configura al ciudadano ideal. Vacía al hombre de iniciativa individual, ajustándolo a estereotipos sociales de convivencia. Aceptarla, es aceptarse parte del rebaño. Negarla es convertirse en un ilegal. Ante esta disyuntiva: ¿es preferible ser un mutilado? ¿O es deseable animarse a romper las cadenas y ser un ilegal, un reo de sus normas? Para ser claro en mi respuesta, y no dejar atisbos de incertidumbre ante el dilema planteado, me limito a transcribir extractos de un escrito de Ricardo Flores Magón titulado “Los ilegales”.

El verdadero revolucionario es un ilegal por excelencia. El hombre que ajusta sus actos a la Ley podrá ser, a lo sumo, un buen animal domesticado, pero no un revolucionario.
La Ley conserva, la revolución renueva. Por lo mismo, si hay que renovar, hay que empezar por romper la Ley.
Pretender que la revolución sea hecha dentro de la Ley, es una locura, es un contrasentido.
La Ley castra, y los castrados no pueden aspirar a ser hombres.
Las libertades conquistadas por la especie humana son la obra de los ilegales de todos los tiempos que tomaron las leyes en sus manos y las hicieron pedazos.
La expropiación se hace pisoteando la Ley, no llevándola a cuestas. Por eso los revolucionarios tenemos que ser forzosamente ilegales. Tenemos que salirnos del camino trillado de los convencionalismos y abrir nuevas vías.
Rebeldía y legalidad son términos que andan a la greña. Quedan, pues, la ley y el orden para los conservadores y los farsantes.

Gastón.




Lenguaje y Poder

“El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo que expulsa tinta para ocultarse. En nuestra época no es posible “mantenerse alejado de la política”. Todos los problemas son problemas políticos, y la política es una masa de mentiras, evasiones, locura, odio y esquizofrenia. Cuando la atmósfera general es perjudicial, el lenguaje debe padecer”.
(George Orwell)

Friedrich Nietzsche sostiene que la verdad es “una multitud en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos: en una palabra, un conjunto de relaciones humanas que, elevadas, traspuestas y adornadas poética y retóricamente, tras largo uso el pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes: las verdades son ilusiones de las que se han olvidado que lo son, metáforas ya utilizadas que han perdido su fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora entran en consideración como metal, no como tales monedas”
[1]. De esta forma, la verdad sería una instancia producto de un pacto social entre los hombres, establecida como valor social ya que los vincula entre sí por una pretensión o necesidad: determinar la verdad permite abstraer la mentira. Y diferenciar la “verdad” de la “mentira” es menester en la obsesión de los poderosos por naturalizar hábitos y costumbres particulares, en normas y reglas generales. Debido a ello, legislar el lenguaje, dotarlo de reglas semánticas y sintácticas, proporciona las primeras leyes de la verdad.
De esta manera, no es un exabrupto intelectual intentar ligar al lenguaje con el poder, familiarizándolo con conceptos tales como “hegemonía”, “dominación”, “intereses culturales”; por el contrario, parece ser un ejercicio inevitable si damos por hecho la premisa de que el lenguaje como construcción social es un concepto histórico, multideterminado por elementos económicos y culturales. Y más si tenemos en cuenta que la fundación de la Real Academia Española, sólo por citar un ejemplo para darle fuerza a nuestra idea, fue una necesidad que el poder político de la corona española tuvo que llevar a cabo para homogeneizar al mundo hispanoparlante y de esa forma oponerse a otros poderes culturales del resto de Europa o Estados Unidos. De ahí el conocido lema de la vieja institución de “limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua”.
En el siglo XXI el concepto de verdad está estrechamente vinculado a los medios masivos de información, siendo la televisión el principal soporte, y al mundo virtual de Internet. Lo que no fue dicho por los mass-media no tiene existencia real, todo debe pasar previamente por el fragmentado y fragmentario prisma de los medios de información, pues en ellos se construye la verdad, o sea, la realidad cotidiana. De ahí que aquella cita de Nicolás Maquiavelo sostenida allá por el 1530, en su obra “El Príncipe” de que “el príncipe prudente debe elegir en sus estados a hombres sabios, únicos con permiso para decirle la verdad y sólo respecto a lo que él les pregunte”, está crudamente vigente en la sociedad actual de la omnipresencia estatal en cualquier manifestación de vida. El poder material se complementa a la perfección con el embrujo de la persuasión. El policía se camufla y se mimetiza en el ciudadano responsable y atento que encarna el periodista moderno del denominado “cuarto poder” (y viceversa).
Es innegable de esta forma que con el correr de los años, y como consecuencia del acelerado desarrollo de las tecnologías aplicadas a la información/comunicación, la escalofriante realidad descripta por George Orwell en, por ejemplo, su obra “1984”, donde los pensamientos, sentimientos y acciones de los protagonistas son constantemente manipulados y controlados por el poder central encarnado en el INGSOC, tiene atisbos reconocibles en nuestra sociedad altamente informatizada. Borrar de la mente y del hábitus
[2] pensamientos y acciones negativas que obstaculicen el normal funcionamiento del modelo dominante, fijar culturalmente los valores de la burguesía como naturalmente propios del desarrollo social para poder reproducirlos generación tras generación y legitimar un discurso particular con el solo objetivo de perpetuar la explotación y opresión desde el plano persuasivo es el motor y razón de ser de la comunicación/información de la era de las tecnologías aplicadas. Mientras desde las políticas económicas de los estados se beneficia y salvaguarda al capital financiero, en las cabezas “del ciudadano medio” retumban una y otra vez las apologías del consumismo que los medios repiten hasta el hartazgo para que la rueda siga girando.
Y, mientras tanto, desde distintos enfoques teóricos se formulan ingeniosamente infinidad de conceptos para definir la preponderancia alcanzada por los medios de información y sus tecnologías aplicadas. Es común escuchar hablar de “aldea global”, “galaxia Gutemberg”, “cibercultura”, “ciberespacio”, “sociedad informatizada”, etc. Sin embargo, ninguno de esos nuevos conceptos hace hincapié en el aspecto opresivo y excluyente en la relación medios de información-poder/receptores-opinión pública.
Siguiendo esta línea argumental es que creemos que debe ampliarse el espectro al analizar al Poder y sus implicancias sociales. Quedarnos meramente con la concepción material del Poder es no reconocer que hoy día el terreno simbólico adquiere crucial importancia al momento de adjetivar la vida en sociedad. ¿O alguien hoy duda de que el poder económico puede perpetuarse reproduciéndose a través de la dominación en el cuerpo social? ¿Y como lo logra si no es apelando al poder simbólico?
El Poder, y las relaciones emanadas de él, se nos imponen de diferentes maneras. Llevar el análisis más allá de la concepción material de la dominación social se hace imperioso al momento de interpelar y analizar al Poder. Reconocer que las condiciones que hacen “verdaderas” las cosas también son determinadas por la discursividad, es un primer paso para comprender la fuerza de lo simbólico en la cotidianidad.

Gastón.



[1] Nietzsche Friedrich. “Introducción teorética sobre la verdad y la mentira en el sentido extramoral”.
[2] Hábitus: “Estructuras estructuradas predispuestas a actuar como estructuras estructurantes”. Se desarrollan como guiones mentales. Es la historia hecha cuerpo, es lo social incorporado. Es a la vez historia individual e historia colectiva. (Ver “El capital simbólico”. Bourdieu Pierre)

lunes, 3 de noviembre de 2008


25 años de democracia burguesa

Este último 30 de octubre se cumplieron 25 años del retorno de la democracia, cuando en el año 1983 ganaba las elecciones Raúl Alfonsín, luego de la dictadura más criminal y expoliadora de la historia argentina. El entusiasmo que todo lo invadía pronto se fue diluyendo y la nueva institucionalidad evidenciaba que al contrario del célebre eslogan radical, con la democracia, no se comía, ni se educaba, ni se producía, ni se curaba. Que continuaba las mismas políticas expoliadoras de los trabajadores, el asesinato de la niñez, la destrucción del medio ambiente, la represión de las minorías, el encarcelamiento de la marginalidad que la misma sociedad capitalista genera, la desinformación y la estupidización a través de los medios informativos.
Veinticinco años de juicios a las Juntas militares, con Obediencia Debida, Punto Final, Indultos y la actual reapertura de todas las causas, con un ejército integrado a los intereses de la clase política moderna, que es indiferente al destino de sus ex comandantes, con un movimiento de derechos humanos cooptado por el gobierno, apoyo y sostén de sus políticas.
Veinticinco años de destrucción de la clase productiva, de rapacería burguesa sobre los magros salarios que pagan a los trabajadores que tienen la “suerte” de ser explotados y no tener que prostituirse o robar para vivir. Negociados, privatizaciones, corralitos, desempleo, subempleo, planes para desempleados, la gran estafa a los jubilados.
Veinticinco años de aumento de los niveles de pobreza, de mortalidad infantil creciente, de desatención a los enfermos, de generar polución para que un puñado de empresarios se ahorren lo que los pobladores de las ciudades y el campo deben invertir en curar las enfermedades que les provocan. Marginalidad creciente, aumento de la drogadicción y el alcoholismo, de la violencia social (violaciones, asesinatos, atracos entre quienes más sufren).
Veinticinco años de una sociedad carcelaria, una economía parasitaria, un estado criminal, una justicia arbitraria, un medioambiente colapsado, una urbanidad hacinada, una salud y una educación para los privilegiados. Eso es la democracia, más la posibilidad de elegir a nuestros esclavizadores y poder hacer pública nuestra protesta, mientras nadie la escuche.
Sí, claro, estábamos peor con los militares, de la misma forma que los alemanes estaban peor con Hitler, los italianos con Mussolini, los rusos con Stalin, los españoles con Franco, los indios con Colón, Cortés y Pizarro, y los judíos con los romanos. Parece que al haber sido víctima de la furia genocida de los militares, la sociedad ha perdido todo derecho a la disconformidad. Todavía que nos despluman, nos someten y nos engañan, tenemos que cuidarnos de ser desagradecidos.
El ex presidente Raúl Alfonsín –que por razones de salud no puedo asistir al festejo de los 25 años de democracia y envió un mensaje en video- sostuvo este 30 de octubre que “es imprescindible comprender que la democracia no es solo libertad sino que también es búsqueda de la igualdad, iremos conformando una sociedad más libre”. Luego de esta retórica pseudo-libertaria, preparada para confundir a los incautos, Alfonsín se despachó no en contra de los militares que asesinaron y desaparecieron a 30.000 personas y que eliminaron todo disenso mediante las cámaras de tortura, no en contra de los tecnócratas de la economía, los empresarios y oligarcas que empobrecieron a los trabajadores arrastrándolos a la miseria, no en contra de la Iglesia que bendijo la guerra, la genuflexión frente al poder y el oscurantismo. Se despachó contra quienes buscamos la libertad, la igualdad y la justicia:
“América latina está comenzando a dar los pasos fundamentales de una socialdemocracia que solamente podrá concretarse si abandonamos, de una vez para todas, la idea de que es necesario construir esa democracia social sobre la base de la destrucción de todo lo que existe, en el marco de ese neoanarquismo que se basa en el sabotaje, en la destrucción, para realizar un cambio que se cree necesario sobre la base de no tomar el poder".
No fue una alusión al gobierno kirchnerista como pretenden los idiotas embelesados con el triunfo del capitalismo sojero agro-exportador, o el periodismo neoliberal del diario La Nación. Fue un claro mensaje de advertencia del viejo zorro, que juzga que el verdadero peligro para la democracia y el capitalismo, ya no pasa por la amenaza de una dictadura militar, por el peligro de la subversión marxista-leninista, del terrorismo internacional o del fundamentalismo islámico. Es lo que Alfonsín llama neoanarquismo, lo que pretende destruir al sistema. Y sus palabras no dan lugar a equívoco, ya que habla de UN CAMBIO sobre la base de NO TOMAR EL PODER.
Es decir, Alfonsín se refiere no solo a los revolucionarios anarquistas, a sus individualidades y colectivos diversos, sino también a los movimientos sociales que están por fuera de los canales políticos tradicionales, que buscan soluciones autogestionadas, sin ir a mendigar a las puertas de los ministerios, se refiere a los movimientos asamblearios populares, a las formas de autoorganización, a los estallidos espontáneos en búsqueda de justicia y a las organizaciones autónomas de los partidos políticos, la Iglesia, los sindicatos y el Estado.
Según sostenía Bakunin, "La pasión por destruir, es una pasión creadora". Pero el sentido de la frase de Bakunin es dialéctico: la destrucción del poder es un acto que crea, genera, posibilita a la anarquía y al socialismo. Y también, la praxis revolucionaria creadora, el prefigurar en nuestras organizaciones y en nuestras existencias colectivas e individuales la sociedad a la que aspiramos, es un acto destructivo contra el poder. Cada espacio de anarquía construye y destruye a la vez, ya que si no destruimos el poder del Estado y del Capital, no puede existir el anarquismo. No es posible la coexistencia -ni pacífica, ni belicosa- con ninguna forma de poder político, económico o religioso.
Entre la Democracia y la Dictadura (de derecha o de izquierda) existe la continuidad que forja el Estado. Entre la Democracia y la Anarquía no existe continuidad posible, y tampoco entre el anarquismo y cualquier idea de Estado o de Poder.
Y eso lo sabe bien Raúl Alfonsín, prócer de la democracia, ícono de la política, maestro del engaño, fabricante de miserias y conformismos.
P. Rossineri (miembro del grupo editor Libertad!)