jueves, 29 de enero de 2009

HIPOCRESÍA VERDE


Desde mediados de 2008, cuando la vorágine mediática de los medios de información centraba casi exclusivamente su mirada sobre el denominado “problema del campo”, poniendo el énfasis informativo en el endeble antagonismo gobierno/productores rurales, desde las páginas de Libertad!
[1] sosteníamos que el problema era de fondo, y no de simples matices. Que el debate central no era la ciega disputa por quien sacaba una mejor tajada de la torta de las retenciones, ni de quien era el culpable de la crisis económica, sino que la cuestión primordial era discutir las consecuencias inevitables de la instauración de los monocultivos, la relación de éstos con los ecosistemas regionales específicos involucrados y en las consecuencias sociales sobre los pobladores y trabajadores rurales, muchos de ellos desplazados hacia los grandes centros urbanos.
Si decidiéramos basar nuestros argumentos teniendo en cuenta la actualidad informativa caeríamos inevitablemente en la idea de que intentamos reflotar un tema viejo, desactualizado, carente de consecuencias inmediatas en el devenir social, ya que su importancia ha sido borrada de la “agenda setting” de los medios de información masivos. Pero, sin embargo, y pese a esta estrategia informativa de olvido creemos que es un tema que debe tratarse de la manera más conciente y seria posible debido a las consecuencias que acarrea en la cotidianidad de todos. De esta forma, estas líneas pretenden ser un disparador que al menos nos posibiliten pensar los modos en que nos relacionamos con la naturaleza.

Los agros negocios y sus implicancias sobre los ecosistemas

Esa desidia patente en los medios informativos nacionales también tiene su correlato en los denominados, según la jerga periodística, como “especialistas en el tema rural”. Éstos, por negligencia informativa (en el mejor de los casos) o por intereses socioeconómicos, brindan un panorama “light” de los problemas que acarrea el sector desde la aceptación acrítica de la instalación de los monocultivos, y de las consecuencias de éstos sobre la fertilidad del suelo. Y más aún cuando le dan cabida al discurso oficialista de ong´s verdes para-estatales que basan sus supuestos teórico-prácticos de acuerdo a lo defendido por los distintos técnicos y científicos nucleados alrededor del organismo oficial por excelencia en temas rurales: el INTA, cuyas arcas y cuentas bancarias son engordadas por empresas nacionales y extranjeras vinculadas directamente al campo, sus cultivos y economía.
Algún ocasional lector nos podrá reprochar que la insistente recurrencia a la cuestión del campo es una burda intromisión a una temática “tocada de oído” y hecha desde la ciudad; a quienes les respondemos que en realidad es un problema que nos atañe a todos debido a cómo repercute en los aspectos cotidianos de nuestra vida en sociedad. Entonces, ante la pregunta que muchos podrán hacerse de que ¿Por qué es importante lo que ocurre con lo tierra, sus cultivos y la relación que se establecen entre éstos y los hombres? Respondemos brevemente con el argumento de que hoy día el 50% de la economía (ya sea directa o indirectamente) depende de la fertilidad del suelo
[2], y más aún si tenemos en cuenta la importancia vital de la naturaleza en su conjunto en la vida social de los hombres.
Es innegable que lo que ha cambiado es la forma en que nos relacionamos con los ecosistemas específicos, cambio ocasionado en la totalidad de los casos (salvo excepcionalmente) por el afán de lucro y acumulación capitalista. La promocionada Revolución Verde
[3], (que en síntesis no es más que la adopción de tecnologías aplicadas a los cultivos, primando la intensificación de los mismos sobre las rotaciones necesarias sobre la tierra sembrada, sumándole la utilización de la manipulación genética en, por ejemplo, la elaboración de “semillas inteligentes”) es el nuevo caballito de batalla de los “agro empresarios”. Éstos, más preocupados en la adopción de paquetes tecnológicos diseñados para producir comodities que en el cuidado de la tierra, son los nuevos ricos dueños de grandes extensiones de tierra con el sólo objetivo de seguir engordando sus ya acaudaladas cuentas bancarias.
En agricultura existen dos formas de producir siembra para consumo, que por consiguiente establecen dos maneras diametralmente opuestas de relación hombre-naturaleza
[4]: Una, la agricultura de procesos, basada no en la cantidad de producto alcanzado sino en el mantenimiento de los procesos vitales que permiten la continuidad de la producción, sin el agregado de insumos externos. Esta agricultura prioriza la salud del suelo y del ecosistema; la otra, llamada agricultura de insumos, basada en la maximización del producto obtenido, utiliza insumos artificiales como combustibles, fertilizantes y agrotóxicos para asegurar dividendos favorables. Hoy, en Argentina, se utiliza casi en su totalidad la agricultura de insumos, defendida a rajatabla por los gurúes de la Revolución Verde, las empresas vinculadas estrechamente al negociado rural (llámense Monsanto, Cargill, Asgrow, etc) y los organismos oficiales. Éstos son quienes con sus discursos confunden eficiencia con productividad; maximización con cosechas récords, “olvidándose” que la utilización de este modelo de siembra ocasiona que sólo el 30% de los nutrientes de la tierra se repongan cosecha tras cosecha.
Esta es hoy la realidad que los medios informativos, el gobierno y los empresarios ocultan concientemente. Es esta la realidad que la izquierda paleolítica no ve por estar preocupada históricamente por problemas de índole urbana, para quienes el campo y sus ecosistemas son temas que pueden esperar, ya que están más preocupados por el agua que potencialmente el “imperialismo rastrero” se quiere robar en las décadas siguientes. Esta visión estrecha es una constante de la izquierda argentina: gritar a los cuatro vientos la potencial avanzada imperialista sobre los recursos naturales, pero callar ante los empresarios nacionales y populares que con sus venenos, sus tecnologías y su avaricia no hacen más que hipotecar el futuro de millones de hombres y mujeres.
Es una constante actuar como si nada pasara, como si no dependiéramos de los ecosistemas para desarrollar las cuestiones más básicas de la vida en sociedad. Y es a partir de este gran problema que debemos empezar a pensar cómo nos relacionamos los hombres con la naturaleza y que futuro queremos para nuestros descendientes.

La (in)sustentabilidad de la soja transgénica

La panacea de los agros negocios, y sus productos genéticamente manipulados, son la soja RR en primer lugar, y el maíz en segundo lugar, ya que ambos han acaparado la atención de los empresarios del campo, quienes los adoptaron rápidamente como sus cultivos preferidos. Sobretodo por ser cultivos que toleran cualquier herbicida, incluido el glifosato, potente agente tóxico utilizado en los campos argentinos (vendido por empresas norteamericanas y europeas pese a que en sus países de origen es prohibida su utilización).
La utilización para nada discrecional de la soja RR está dada porque para el empresario, devenido agricultor, representa “gastar” en un solo herbicida y pagar menos mano de obra en grandes extensiones de tierra. Esta realidad ha ocasionado que con cada nueva cosecha aumenten las tierras sembradas con semillas manipuladas genéticamente: 10,7% de las tierras cultivadas en 1999/2000; 18% en 2003-2004, y más de 32% en 2008.
[5]
Sin embargo, lo que todos callan son las consecuencias socio-ambientales sobre los ecosistemas sobre los que se manipula con estos cultivos, ya que la adopción de este asesino modelo de producción a acelerado el desarrollo de procesos de exclusión de pequeños productores así como de aquellos quienes hacen del trabajo en las cosechas su sustento de vida. Es innegable también que este modelo es causa directa de la concentración de tierras en pocas manos, desplazando a los pobladores originarios hacia los centros urbanos donde viven hacinados a la veda de los ríos y rutas.
Ahora, si tenemos en cuenta las consecuencias ambientales, tampoco es alentador el panorama: Se ha avanzado sobre la frontera agrícola en suelos ubicados en ecosistemas frágiles debido a la pérdida de superficies de bosques nativos, ocasionando inundaciones, infertilidad de suelos, alteraciones en las temperaturas y lluvias. También es palpable que el cultivo de la soja se ha dado en detrimento de otros cultivos característicos de las economías regionales como el algodón en el Chaco, el arroz en Entre Ríos. También es real que la soja a desplazado a la ganadería en zonas de cría y engorde.
[6]
Este es el nuevo modelo de dominio que las empresas del agro (en cualquiera de sus implicancias: siembra, agrotóxicos, tecnologías) vienen desarrollando desde la década de los 90´, y es innegable que este nuevo modelo neo colonial, llamado Revolución Verde, es impulsado y defendido por las transnacionales de las semillas y proveedoras de las nuevas tecnologías, como parte de sus estrategias de control de la agricultura global. Es en este contexto que la transformación en la obtención y la producción de semillas constituyen un fenómeno central a tener en cuenta debido a sus implicancias directas sobre los cultivos, los ecosistemas y la vida en sociedad.
No perder de vista este punto es importante al momento de proponer alternativas de sociabilidad basados en el respeto entre los hombres, y entre éstos y la naturaleza. Esperar que se solucione como por arte de magia es demencial y suicida, por eso es crucial hablar, debatir, proponer, reflexionar, actuar. Sobretodo actuar sobre la realidad inmediata.

Gastón.
[
1] Ver a modo ilustrativo Libertad! N°48 (Julio-Agosto). Libertad! N°49 (Septiembre-Octubre).
[2] Documento: “Conservar el suelo es servir al futuro”. Grupo de Reflexión Rural. Diciembre de 2008.

[3] Concepto utilizado por los gurúes de las tecnologías aplicadas al agro.
[4] Documento “Conservar el suelo es servir al futuro”. Grupo de Reflexión Rural (GRR)
[5] Documento: “La incorporación de nuevas tecnologías. La soja”. (GRR)
[6] www.reflexiónrural.org

Operación Plomo Sólido: las mentiras del Poder


No hay palabras para describir el horror, ni estadística valedera que sirva de sustento para legitimar acciones, determinar aciertos o justificar “daños colaterales” cuando lo que está en juego es la vida misma. Una vez más las ansias de poder, la avaricia económica y la ceguera ciudadana teñida de odios raciales, religiosos y culturales han puesto en vilo a millones de personas. Una vez más la prepotencia de las armas se impone como alternativa de solución ante problemas ocasionados por la racionalidad estatal, la cual históricamente a sabido fomentar y manipular para sí el odio y la segregación social a base de falsas abstracciones de amor a la patria, respeto a la autoridad y compromiso ciudadano.
Esta vez no es Bosnia, ni Serbia, ni el Congo o Sudáfrica o Ruanda, tampoco Somalia, Chechenia o el Tíbet, Cachemira o Nepal. Esta vez no hablamos de Irak ni Afganistán. El foco de atención está puesto desde fines de diciembre en la convulsionada franja de Gaza y Cisjordania; en los ataques constantes a la población civil por parte del ejército israelí y Hamas y en el silencio hipócrita de los estados con intereses en juego en el conflicto bélico. Todos condenan la sangre derramada, pero nadie está dispuesto a perder: ni Israel, ni Estados Unidos, su maestro aleccionador. Tampoco Hamas o los estados árabes, ni que hablar de la ONU con su raquítico Consejo de Seguridad. Mientras tanto medio millón de habitantes de la zona de Gaza-Cisjordania están a merced de la locura belicista de los asesinos de turno, fervientes defensores del progreso civilizado.
La crisis actual, la cual no es más que un continuo histórico rastreable en el tiempo, es producto, entre otras cuestiones, del fin del armisticio pactado por Israel y Hamas hasta el 19 de diciembre. Y lo que alega el gobierno israelí es que se trata meramente de una maniobra defensiva ante los ataques reiterados por parte de Hamas a la población civil de los pueblos de la frontera israelí. Aunque hilando profundamente podemos afirmar también que se debe en gran medida a la situación política en Israel, convulsionada por las próximas elecciones parlamentarias y el crecimiento constante del descontento ciudadano por el accionar de los políticos de turno.
Teniendo en cuenta este contexto es que Israel define a la “operación plomo sólido” como una estrategia militar defensiva inevitable pues el objetivo es tomar e inutilizar los territorios que Hamas ocupa para lanzar cohetes sobre suelo israelí. Al respecto desde los altos mandos del ejército israelí se sostiene que “aquellos que usen a civiles, ancianos, mujeres o niños como escudos humanos son responsables de todo daño a la población civil. Cualquiera que esconda a un terrorista o armas en su casa será considerado él mismo un terrorista”. A lo que se contestó rápidamente desde el brazo armado del movimiento palestino Hamas que “a Israel le espera un sombrío destino en su incursión por Gaza”. Justificaciones recíprocas que de nada sirven al momento de querer aprobar acciones militares que sólo logran llevar desesperación, terror, humillación y muerte a infinidad de seres humanos ajenos a los artilugios que el poder despliega maquiavélicamente con el sólo objetivo de mantener intacto sus privilegios políticos, sociales y económicos.
Política, Elecciones, Muerte
Israel vive un momento político intenso no sólo por el interminable conflicto geo-político con sus vecinos árabes, sino también por que se encuentran próximas las elecciones parlamentarias que pueden originar un cambio brusco en las relaciones internacionales, y en las políticas internas. Hasta antes de la “operación plomo sólido” sobre suelo palestino la situación para el Partido Laborista del ministro de defensa Ehud Barak era de riesgo de desaparición. Sin embargo, después de la incursión militar, este partido se vio enormemente favorecido en la opinión pública según encuestas publicadas en medios de información masivos. O sea que la salida militar desarrollada por el gobierno encontró el eco necesario en la mayoría de la ciudadanía israelí. Esta situación, producto de la interna política y del malestar ciudadano fue utilizado descaradamente por el ala dura de los altos mandos del ejército para instalar en la opinión pública que la única salida a la crisis era la incursión militar por tierra y aire.
La coalición gobernante se encuentra desquebrajada internamente, y el creciente malestar en gran parte de la población fueron determinantes al momento de invadir Gaza. Los gritos de guerra no sólo fueron defendidos por el derechista partido Likud, de Benjamín Netanyahu, cercano históricamente a los altos mandos del ejército, sino también por Tzipi Livni, ministra de asuntos exteriores y jefa del gobernante partido Kadima, defensora, hasta hace poco tiempo, de una salida “humanitaria” a la crisis. Sin embargo, este ambivalente personaje es hoy el principal obstáculo para terminar con la ofensiva sobre suelo palestino mediante un acuerdo con Hamas y ha optado por defender la línea dura que tantos réditos electorales podría darle de acuerdo a las últimas encuestas.
Por otra parte, es innegable para la coalición política en el poder, que tomar represalias militares lo antes posible es sumamente más ventajoso que hacerlo más tarde si se toma como parámetro el descontento que crece día a día entre la población israelí, ya que desde una perspectiva militar, aún cuando Israel ocupe nuevamente Gaza, le será imposible asestar una embestida definitiva a los ataques con cohetes por parte de Hamas, aunque la relación de fuerza le sea favorable.
Desde un plano político es indiscutible que Hamas es la “excusa” perfecta para el accionar socioeconómico y militar de Israel en la zona. Su desaparición podría ser el fin de las justificaciones que históricamente utilizó para mantener intactas sus políticas de exclusión sobre la población palestina hacia dentro y fuera de sus fronteras. Lo que intentará en el corto plazo será golpear duramente a Hamas (por ejemplo a través de “asesinatos selectivos”) para obligarlo a retomar el diálogo en la mesa de negociaciones.
Política, políticos y guerra: una tríada perfecta. Asesinos todos!

Gastón.