Sociedad Carcelaria
“El Estado es evidentemente nuestro enemigo; si no lo destruimos primero, nos destruirá él a nosotros”. (Meltzer y Crhistie)
Al hablar de cárceles y encierro no hay que pensar únicamente en la institución en sí, sino que debemos llevar el análisis un poco más en profundidad y entender que para que exista como tal previamente tienen que estar las causas que la originen y le den el sustento social necesario para legitimar su accionar, naturalizar su idea (teórica y práctica), o en todo caso, para que sea aceptada como un “mal menor” que “reeduque y reinserte socialmente” (aristas hipócritas del léxico jurídico) a los “reos” e “ilegales” que se atrevan a pervertir el “correcto funcionamiento social”. Nada de casualidades divinas o terrenales, ni hechos fortuitos en el desarrollo histórico posibilitaron su aparición, sino que responde a hechos concretos, palpables; a causas determinables. Y entre ellas, la causa primaria es el sistema de explotación y opresión capitalista (Estado/Capital) que garantiza la división de la sociedad entre quienes tienen las riquezas que, vaya paradoja, no producen; y quienes no tienen absolutamente nada, y que son los que trabajan.
De esta forma, las cárceles no son sólo los centros de encierro (incluidos psiquiátricos, hospitales, escuelas), sino todo un entramado social a disposición exclusiva de los designios de los poderosos. La sociedad burguesa, la que valida y encuentra su razón de ser en la explotación del hombre por el hombre, es la cárcel que aniquila el desarrollo individual y colectivo de los seres humanos. La sustentan y determinan los Estados, los capitalistas, las leyes, los políticos, las constituciones, la educación, la prensa, los periodistas, los patrones, los curas, la policía de carne y hueso y las mentalidades policíacas, la democracia, los partidos políticos , y un sin fin de etcs, que directa o indirectamente, consciente e inconscientemente alimentan al sistema de explotación y opresión capitalista.
Es bien claro el funcionamiento social actual, y sólo los necios, o aquellos que tienen intereses en juego, pueden negar esta realidad de sometimiento. ¿O acaso no lo percibimos cuando salimos a la calle y vemos a los ricos cada vez más ricos a causa del trabajo y la pobreza de otros? La hipócrita realidad nos choca todos los días cuando vendemos nuestro tiempo al patrón de turno, aquel que día a día se enriquece de nuestro esfuerzo.
Los burgueses son los ideólogos del sistema, son quienes legitiman el accionar capitalista basado en la acumulación de las riquezas a través de la explotación del hombre por el hombre con el único fin de poder controlar todo el desarrollo de la vida social. Y son conscientes de su funcionamiento por que saben que con la mera represión no alcanza para calmar los ánimos de los desposeídos de siempre. Entonces es ahí cuando entran en juego sus laderos más fieles: los jueces y sus leyes, rejas y cárceles; los policías y sus balas; la escuela y la iglesia con sus normas del “buen vivir”; la prensa y los periodistas con sus estereotipos del “ciudadano atento y comprometido con el desarrollo social común”. Todo cuidadosamente aceitado para hacer convivir la represión y la persuasión, instalando el miedo y el “respeto” por la omnipresencia estatal.
Esquemas culturales, normas sociales, figuras jurídicas, y por supuesto, la prepotencia de la violencia legal son las relaciones propuestas, desarrolladas y defendidas por los burgueses. Y todo persiguiendo un único fin: dejar intacto el sistema de explotación (Capital/Estado) y sus instituciones. Esta es la sociedad en la que vivimos, la cárcel que día a día extermina nuestras vidas, la misma que margina y solo tiene muerte para ofrecernos.
Ante lo expuesto no quedan más que dos opciones: o se acepta sumisamente “los designios de la historia” (latiguillo de los intelectualoides de turno); o se niega, se contrasta y combate la realidad impuesta. O se está con la autoridad, o se construye en pos de la libertad en igualdad.
Como anarquistas nuestras posiciones son claras: proponemos y luchamos por la socialización de las riquezas en vez de la propiedad privada, y por la abolición de todas las instituciones sociales sustentadas desde la autoridad. Sólo posible si transitamos el camino del comunismo anárquico, única forma de acabar con el principal problema a desterrar: la explotación del hombre por el hombre.
Gastón.
“El Estado es evidentemente nuestro enemigo; si no lo destruimos primero, nos destruirá él a nosotros”. (Meltzer y Crhistie)
Al hablar de cárceles y encierro no hay que pensar únicamente en la institución en sí, sino que debemos llevar el análisis un poco más en profundidad y entender que para que exista como tal previamente tienen que estar las causas que la originen y le den el sustento social necesario para legitimar su accionar, naturalizar su idea (teórica y práctica), o en todo caso, para que sea aceptada como un “mal menor” que “reeduque y reinserte socialmente” (aristas hipócritas del léxico jurídico) a los “reos” e “ilegales” que se atrevan a pervertir el “correcto funcionamiento social”. Nada de casualidades divinas o terrenales, ni hechos fortuitos en el desarrollo histórico posibilitaron su aparición, sino que responde a hechos concretos, palpables; a causas determinables. Y entre ellas, la causa primaria es el sistema de explotación y opresión capitalista (Estado/Capital) que garantiza la división de la sociedad entre quienes tienen las riquezas que, vaya paradoja, no producen; y quienes no tienen absolutamente nada, y que son los que trabajan.
De esta forma, las cárceles no son sólo los centros de encierro (incluidos psiquiátricos, hospitales, escuelas), sino todo un entramado social a disposición exclusiva de los designios de los poderosos. La sociedad burguesa, la que valida y encuentra su razón de ser en la explotación del hombre por el hombre, es la cárcel que aniquila el desarrollo individual y colectivo de los seres humanos. La sustentan y determinan los Estados, los capitalistas, las leyes, los políticos, las constituciones, la educación, la prensa, los periodistas, los patrones, los curas, la policía de carne y hueso y las mentalidades policíacas, la democracia, los partidos políticos , y un sin fin de etcs, que directa o indirectamente, consciente e inconscientemente alimentan al sistema de explotación y opresión capitalista.
Es bien claro el funcionamiento social actual, y sólo los necios, o aquellos que tienen intereses en juego, pueden negar esta realidad de sometimiento. ¿O acaso no lo percibimos cuando salimos a la calle y vemos a los ricos cada vez más ricos a causa del trabajo y la pobreza de otros? La hipócrita realidad nos choca todos los días cuando vendemos nuestro tiempo al patrón de turno, aquel que día a día se enriquece de nuestro esfuerzo.
Los burgueses son los ideólogos del sistema, son quienes legitiman el accionar capitalista basado en la acumulación de las riquezas a través de la explotación del hombre por el hombre con el único fin de poder controlar todo el desarrollo de la vida social. Y son conscientes de su funcionamiento por que saben que con la mera represión no alcanza para calmar los ánimos de los desposeídos de siempre. Entonces es ahí cuando entran en juego sus laderos más fieles: los jueces y sus leyes, rejas y cárceles; los policías y sus balas; la escuela y la iglesia con sus normas del “buen vivir”; la prensa y los periodistas con sus estereotipos del “ciudadano atento y comprometido con el desarrollo social común”. Todo cuidadosamente aceitado para hacer convivir la represión y la persuasión, instalando el miedo y el “respeto” por la omnipresencia estatal.
Esquemas culturales, normas sociales, figuras jurídicas, y por supuesto, la prepotencia de la violencia legal son las relaciones propuestas, desarrolladas y defendidas por los burgueses. Y todo persiguiendo un único fin: dejar intacto el sistema de explotación (Capital/Estado) y sus instituciones. Esta es la sociedad en la que vivimos, la cárcel que día a día extermina nuestras vidas, la misma que margina y solo tiene muerte para ofrecernos.
Ante lo expuesto no quedan más que dos opciones: o se acepta sumisamente “los designios de la historia” (latiguillo de los intelectualoides de turno); o se niega, se contrasta y combate la realidad impuesta. O se está con la autoridad, o se construye en pos de la libertad en igualdad.
Como anarquistas nuestras posiciones son claras: proponemos y luchamos por la socialización de las riquezas en vez de la propiedad privada, y por la abolición de todas las instituciones sociales sustentadas desde la autoridad. Sólo posible si transitamos el camino del comunismo anárquico, única forma de acabar con el principal problema a desterrar: la explotación del hombre por el hombre.
Gastón.